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🇷🇴


Lăudat să fie Isus!


Iubiți credincioși, începând de mâine 20 Iulie, nu o să avem program liturgic în parohie. Vom relua slujirea pe data de 31 August.


Gânduri bune, haruri și binecuvântări cerești!


Pr. Arhimandrit Vasile, Preot Paroh


🇪🇸


¡Alabado sea Jesucristo!


Queridos fieles, a partir de mañana, 20 de julio, no tendremos liturgia en la parroquia. Retomaremos la actividad litúrgica el 31 de agosto.


¡Buenos deseos, gracia y bendiciones celestiales!


P. Archimandrita Basilio, Párroco

29/06 - Los Santos Apóstoles Pedro y Pablo


El Apóstol San Pedro


El Apóstol San Pedro, anteriormente llamado Simón, era hijo del pescador Jonás en Betsaida de Galilea y hermano del Apóstol San Andrés, “el primer llamado”, el cual lo condujo a Cristo.


San Pedro era casado y tenía su casa en Cafarnaún. Llamado por nuestro Salvador Jesucristo mientras pescaba en el lago de Genesaret, siempre demostró una especial devoción y decisión, por lo que se hizo digno de un especial acercamiento al Señor, al igual que los Apóstoles Santiago (Jacobo) y San Juan el Teólogo.


Fuerte y espiritualmente ferviente, en verdad ocupó un influyente lugar entre los Apóstoles de Cristo. Fue el primero que confesó con decisión al Señor Jesús como a Cristo (Mesías), y por ello fue digno de ser llamado Piedra (Pedro). Sobre esta fe de piedra de Pedro el Señor prometió edificar Su Iglesia, contra la cual no prevalecerán las puertas del infierno. El Apóstol San Pedro lavó con lágrimas amargas de arrepentimiento su triple negación del Señor en la víspera de Su crucifixión. En consecuencia, luego de su Resurrección, el Señor nuevamente lo rehabilitó en la dignidad de Apóstol, tres veces de acuerdo con el número de negaciones, y le encomendó cuidar Su rebaño de corderos y ovejas. De acuerdo con la tradición, el Apóstol Pedro cada mañana comenzaba a llorar amargamente al escuchar el canto del gallo, pues se acordaba de su cobarde renuncia de Cristo.


El apóstol Pedro fue el primero en contribuir a la difusión y al fortalecimiento de la Iglesia de Cristo luego del descenso del Espíritu Santo, el día de Pentecostés, al pronunciar un firme sermón ante la gente que convirtió a 3000 almas a Cristo. Poco tiempo después curó a un tullido de nacimiento; y con un segundo sermón convirtió a la Fe a 5000 hebreos más. La fuerza espiritual que salía del apóstol San Pedro era tan intensa que hasta su sombra, al caer sobre los enfermos yacentes en las calles, curaba (Hechos 5:15). El libro de los Hechos desde el primer capítulo hasta el duodécimo narra su actividad apostólica.


El nieto de Herodes el Grande, Herodes Agripa I, después del año 42, d. C., restableció las persecuciones contra los cristianos. Asesinó al Apóstol Santiago (Jacobo), Hijo de Zebedeo, y encerró al apóstol Pedro en una prisión. Los cristianos rezaban fervientemente por el Apóstol Pedro al advertir el castigo. Durante la noche ocurrió un milagro: a la celda de Pedro descendió el Angel del Señor, las esposas de San Pedro cayeron y él salió de su celda sin ser advertido.


Luego de esta milagrosa liberación, el libro de los Hechos lo recuerda sólo una vez más al narrar el concilio de los Apóstoles. Otros testimonios sobre él fueron conservados por la tradición de la Iglesia. Se sabe que difundía el Evangelio por las orillas del Mar Mediterráneo, en Antioquía, (donde ordenó al obispo Evodio). El Apóstol Pedro evangelizaba en el Asia Menor a los judíos y prosélitos (paganos convertidos al judaísmo), luego en Egipto, donde ordenó a Marcos como primer obispo de la Iglesia de Alejandría. De aquí fue a evangelizar a Grecia, Corinto, luego a Roma, España, Cartagena y Bretaña. De acuerdo con la Tradición, el Apóstol Marcos escribió su Evangelio para los cristianos romanos de las palabras del Apóstol Pedro. Entre los libros del Nuevo Testamento hay dos epístolas católicas (universales) del Apóstol Pedro.


La primera Epístola católica del Apóstol Pedro está dedicada a los advenedizos de la diáspora en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, provincias de Asia Menor. El motivo del escrito de San Pedro fue el deseo de fortalecer a sus hermanos ante la aparición de diferencias en estas comunidades y persecuciones por parte de los enemigos de la Cruz de Cristo. Entre los cristianos también surgieron enemigos internos, los falsos maestros. En ausencia del Apóstol Pablo, comenzaron a deformar su enseñanza sobre la libertad cristiana y a amparar todo desenfreno moral.


La segunda epístola Católica fue escrita para los cristianos del Asia Menor. En esta segunda carta el Apóstol Pedro hizo especial hincapié en advertir a los fieles sobre los falsos maestros libertinos.


Estas falsas enseñanzas coinciden con las que fueron refutadas por el Apóstol Pablo en sus cartas a Timoteo y Tito, y también el Apóstol San Judas en su Epístola Católica. Las falsas enseñanzas de los herejes amenazaban la moral y la fe cristiana. En aquel tiempo se difundió rápidamente la herejía gnóstica, que absorbió elementos del judaísmo, del cristianismo y diversas enseñanzas paganas. Esta epístola fue escrita poco tiempo antes de ser martirizado el Apóstol Pedro: “Sé que pronto deberé dejar mi templo (cuerpo), según nuestro Señor Jesucristo me lo ha revelado.”


Hacia el final de sus días el Apóstol Pedro estuvo nuevamente en Roma, donde fue martirizado en el año 67 mediante la crucifixión cabeza abajo.


El Santo Apóstol Pablo


Inicialmente era llamado por su nombre hebreo, Saulo. Pertenecía a la estirpe de Benjamín y nació en la ciudad de Tarso, Cilicia, (Asia Menor), que era conocida por su academia y por la instrucción de sus habitantes. Pablo tenía los derechos de la ciudadanía romana, pues era nativo de esta ciudad, descendiente de judíos liberados de la esclavitud por ciudadanos romanos. Pablo recibió su educación primaria en Tarso, y evidentemente allí conoció la cultura pagana, ya que en su carta y discursos se advierte claramente las huellas del conocimiento de los escritores paganos.


Su educación posterior la recibió en Jerusalén; en la entonces prestigiosa academia rabínica con el conocido maestro Gamaliel, que era considerado un conocedor de la Ley y, a pesar de pertenecer al partido fariseo, era un libre pensador y amante de la sabiduría griega. Aquí, según la costumbre adoptada por los hebreos, el joven Saulo aprendió el arte de construir tiendas, lo que posteriormente le ayudó a ganarse el alimento con su propio esfuerzo.


Saulo por lo visto se preparaba para el deber de rabino (instrucción religiosa); después de completar su educación, se reveló como un fuerte defensor de la tradición farisea y perseguidor de la fe de Cristo. Quizás por designación del Sanedrín, fue testigo del martirio de San Esteban, y luego recibió el poder de perseguir oficialmente a los cristianos aun fuera de las fronteras de Palestina, en Damasco.


El Señor, al ver en Saulo un “instrumento elegido” para Él, camino hacia Damasco milagrosamente lo llamó al servicio apostólico. Saulo, yendo por el camino, fue iluminado por una luz resplandeciente a causa de la que cayó en tierra.


De la luz surgió una voz: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” A la pregunta de Saulo: “¿Quién eres?”, el Señor contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.” El Señor encomendó a Saulo ir a Damasco, donde se le indicaía qué hacer después. Los acompañantes de Saulo escucharon la voz de Cristo, pero no vieron la luz; conducido de la mano hacia Damasco, Saulo, privado de la vista, fue instruido en la fe y al tercer día bautizado por Ananías. Cuando fue sumergido en el agua, recuperó la vista. Desde este momento se hizo un confesor celoso de la enseñanza que antes perseguía. Por un tiempo se fue a Arabia, luego retornó a Damasco para enseñar acerca de Cristo. La ferocidad de los judíos, indignados por su conversión a Cristo, lo obligaron a huir a Jerusalén, donde se unió a la comunidad de los fieles y conoció a los apóstoles. A causa del atentado contra su vida por parte de los judíos helenistas, debió regresar a su Tarso natal. En el año 47 fue llamado a Antioquía por Bernabé para enseñar, y luego se encaminó junto a él a Jerusalén, donde llevó ayuda a los necesitados.


Pronto, al regresar de Jerusalén por mandato del “Espíritu Santo,” Saulo junto a Bernabé se dirigió a su primer viaje apostólico, que duró entre los años 45 y 51. Los apóstoles atravesaron toda la isla de Chipre. Saulo es llamado Pablo tras convertir a la Fe al procónsul Sergio Pablo.


Durante el transcurso del viaje misionero de Pablo y Bernabé fueron fundadas las comunidades cristianas del Asia Menor: Antioquía de Psidia, Iconio, Listra y Derbe. En el año 51 el Apóstol San Pablo participó en el Concilio Apostólico en Jerusalén, en el que fervientemente se opuso a que los paganos convertidos al cristianismo observaran las costumbres de la Ley de Moisés.


Al volver a Antioquía, el Apóstol Pablo, acompañado por Silas, inició su segundo viaje apostólico. Primero visitó las Iglesias del Asia Menor fundadas anteriormente, y luego se trasladó a Macedonia, donde estableció Filipos, Tesalónica, y Berea. En Listra San Pablo sumó a Timoteo, su amado discípulo, a sus acompañantes, y desde Tróade continuó su viaje junto al Evangelista Lucas. Desde Macedonia San Pablo pasó a Atenas y a Corinto, permaneciendo en esta última ciudad un año y medio. Desde aquí envió dos apóstoles a los Corintios.


El segundo viaje se extendió entre el año 51 y 54. Después San Pablo fue a Jerusalén, visitando en el camino a Efeso y Cesarea, y desde Jerusalén llegó a Antioquía. Luego de una corta estancia en Antioquía, el Apóstol Pablo inició su tercer viaje apostólico (56-58), visitando primero, como era su costumbre, a las Iglesias del Asia Menor establecidas en primer término; luego se detuvo en Éfeso, donde en el transcurso de dos años se ocupó diariamente de la enseñanza en la escuela de Tirano. Aquí escribió su epístola a los gálatas (debido al recrudecimiento de la doctrina judaica) y la primera epístola a los Corintios (como consecuencia de los desórdenes y en respuesta a la carta que los Corintios le enviaron). El alzamiento popular instigado por el platero Demetrio contra Pablo obligó al Apóstol a dejar Éfeso y dirigirse a Macedonia, y finalmente a Jerusalén.


En Jerusalén, a causa del tumulto iniciado contra él, el Apóstol Pablo fue tomado prisionero por las autoridades romanas y recluido (preso) primero por el procónsul Felix y luego por su sucesor Festo. Esto ocurrió en el año 59, y dos años después el Apóstol Pablo, como ciudadano romano, por su propio deseo fue enviado a Roma para ser enjuiciado por el Cesar. Al sufrir un naufragio en la isla de Malta, el Apóstol arribó a Roma en el verano del 62, y allí se benefició de la gran condescendencia de las autoridades romanas y enseñó libremente.


En Roma el Apóstol Pablo escribió sus epístolas a los Filipenses (en agradecimiento por el envío de dinero junto a Epafrodito), a los Colosenses, a los Efesios y a Filemón, habitante de Colosas (a causa de la huida de su esclavo Onésimo). Estas tres cartas fueron escritas en el año 63 y enviadas con Tíquico. En seguida, desde Roma escribió su carta a los hebreos de Palestina. El siguiente destino del Apóstol Pablo no se conoce con exactitud. Algunos consideran que se quedó en Roma y por mandato de Nerón fue martirizado en el año 64, pero existen fundamentos para suponer que después de su reclusión de dos años y la defensa de su obra ante el senado y el emperador, el Apóstol Pablo fue liberado y que nuevamente viajó al Oriente.


Sobre ello se pueden encontrar señales en sus epístolas Pastorales a Timoteo y Tito. Habiendo pasado mucho tiempo en la isla de Creta, dejó allí a su discípulo Tito como obispo. Posteriormente, en su carta a Tito, el apóstol Pablo lo instruye en cómo debe cumplir sus obligaciones de obispo. A través de esta epístola se advierte que se proponía pasar aquel invierno en Nicópolis, cerca su Tarso natal.


En la primavera del año 65 visitó el resto de las Iglesias del Asia Menor, y en Mileto dejó al enfermo Trófimo a causa de que ocurrió un tumulto contra el apóstol en Jerusalén, lo que le supuso la reclusión. Se ignora si el Apóstol pasó por Éfeso, ya que decía que los presbíteros de Éfeso no verían más su rostro. Pero por lo visto, en aquél tiempo ordenó a Timoteo como obispo para Éfeso. Más adelante el Apóstol pasó por Tróade y llegó a Macedonia. Allí oyó sobre el recrudecimiento de las falsas doctrinas en Éfeso y escribió su primer carta a Timoteo. Luego de estar un tiempo en Corinto, se encontró en el camino con el Apóstol Pedro. Ambos continuaron su viaje a través de Dalmacia e Italia. Llegando a Roma, deja al Apóstol Pedro, y continúa solo en el año 66 hacia el occidente, llegando a España.


Después de su regreso a Roma, fue nuevamente encarcelado hasta su muerte. Según la tradición, al volver a Roma, enseñó en la corte del Emperador Nerón y convirtió a su amada concubina a la Fe de Cristo. Por ello fue enjuiciado y, si bien por la misericordia de Dios fue liberado, como él mismo expresó, de la garra de los leones (es decir de ser comido por los leones en el circo), fue recluido en la prisión.


Luego de nueve meses de prisión fue decapitado como ciudadano romano cerca de Roma en el año 67, en el duodécimo año del reinado de Nerón. Desde una visión general de la vida del Apóstol Pablo se aprecia que esta se divide tajantemente en dos mitades. Hasta su conversión en Cristo, San Pablo, todavía Saulo, fue un severo fariseo, observante de la ley mosaica y de las tradiciones patriarcales, que pensaba justificarse por las obras de la Ley y por su celo en la Fe de los patriarcas, aproximándose al fanatismo.


Después de su conversión, se hizo Apóstol de Cristo, totalmente entregado a la obra del anuncio evangélico, feliz por su llamado, pero consciente de sus debilidades para la realización de este gran servicio, y atribuyendo todas las obras y merecimientos a la Gracia de Dios. Toda la vida del Apóstol hasta su conversión, según su profundo convencimiento, fue un error, un pecado que lo condujo hacia la condena.


Solo la todopoderosa Gracia Divina pudo ponerlo en el camino de la salvación. Desde aquel momento, el Apóstol Pablo trata de ser digno del llamado Divino. Él es consciente que no hay y no puede haber discurso u otro merecimiento ante Dios: todo es obra de su misericordia. El Apóstol Pablo escribió catorce epístolas que constituyen la enseñanza sistemática del cristianismo.


Estas epístolas, gracias a su amplio conocimiento y agudeza, sobresalen por su originalidad. El Apóstol Pablo se esforzó mucho, como el Apóstol Pedro, en difundir la fe de Cristo, y con justicia es venerado como “columna” de la Iglesia.


¡Que el Señor salve nuestras almas por las oraciones de los Apóstoles San Pedro y San Pablo!


LECTURAS


En Vísperas


1 Pe 1,3-9: Hermanos, bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final. Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas. 


1 Pe 1,13-19: Queridos míos, ceñid los lomos de vuestra mente y, manteniéndoos sobrios, confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo. Y puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, la de Cristo.


1 Pe 2,11-24: Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma. Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnien como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida. Someteos por causa del Señor a toda criatura humana, lo mismo al rey, como soberano, que a los gobernadores, que son como enviados por él para castigo de los malhechores y aprobación, en cambio, de los que hacen el bien. Porque esa es la voluntad de Dios: que haciendo el bien tapéis la boca a la estupidez de los hombres ignorantes. Como personas libres, es decir, no usando la libertad como tapadera para el mal, sino como siervos de Dios, mostrad estima hacia todos, amad a la comunidad fraternal, temed a Dios, mostrad estima hacia el rey. Que los criados estén, con todo temor, a disposición de los amos, no solo de los buenos y comprensivos, sino también de los retorcidos. Pues eso es realmente una gracia: que, por consideración a Dios, se soporte el dolor de sufrir injustamente. Porque ¿qué mérito tiene que aguantéis cuando os pegan por portaros mal? En cambio, que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia de parte de Dios. Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia.


En Maitines


Jn 21,14-25: En aquel tiempo, Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme». Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme». Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir. Amén.


En la Liturgia


2 Cor 11,21-33;12,1-9: Hermanos, a lo que alguien se atreva —lo digo disparatando—, también me atrevo yo. ¿Que son hebreos? También yo. ¿Que son israelitas? También yo. ¿Que son descendientes de Abrahán? También yo. ¿Que son siervos de Cristo? Voy a decir un disparate: mucho más yo. Más en fatigas, más en cárceles; muchísimo más en palizas y, frecuentemente, en peligros de muerte. De los judíos he recibido cinco veces los cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido azotado con varas, una vez he sido lapidado, tres veces he naufragado y pasé una noche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie, con peligros de ríos, peligros de bandoleros, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, trabajo y agobio, sin dormir muchas veces, con hambre y sed, a menudo sin comer, con frío y sin ropa. Y aparte todo lo demás, la carga de cada día: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién tropieza sin que yo me encienda? Si hay que gloriarse, me gloriaré de lo que muestra mi debilidad. El Dios y Padre del Señor Jesús —bendito sea por siempre— sabe que no miento. En Damasco, el gobernador del rey Aretas montó una guardia en la ciudad para prenderme; metido en un costal, me descolgaron muralla abajo por una ventana, y así escapé de sus manos. ¿Hay que gloriarse?: sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor. Yo sé de un hombre en Cristo que hace catorce años —si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe— fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que ese hombre —si en el cuerpo o sin el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe— fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que un hombre no es capaz de repetir. De alguien así podría gloriarme; pero, por lo que a mí respecta, solo me gloriaré de mis debilidades. Aunque, si quisiera gloriarme, no me comportaría como un necio, diría la pura verdad; pero lo dejo, para que nadie me considere superior a lo que ve u oye de mí. Por la grandeza de las revelaciones, y para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que no me engría. Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí y me ha respondido: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad». Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo.


Mt 16,13-19: En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».



Fuente: Varias / Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal Española

24/06 - Nicetas, Obispo de Remesiana, Apóstol de los Dacorrumanos


Introducción


En cierto sentido, Nicetas, obispo de Remesiana <1>, puede considerarse un autor privilegiado. Otros muchos autores del período patrístico no recibieron en la antigüedad cristiana el mismo trato de favor que Nicetas. Por una razón u otra, aquéllos, para pasar a la posteridad, ampararon sus escritos a la sombra de un autor ya consagrado. Este comportamiento parece el cumplimiento de la palabra evangélica: «A quien tiene, se le dará, y a quien no tiene, se le quitará incluso lo que parece tener» <2>. No ocurre lo mismo con Nicetas. Aun siendo un autor de segunda fila, en cuanto a su aportación teológica, su nombre y sus obras se mencionan en diversos documentos de la época, si bien es verdad que no satisfacen todos los deseos de curiosidad del investigador moderno.


Vida


Para elaborar cronológicamente la biografía de Nicetas, las fuentes <3> documentales antiguas nos ofrecen algunos datos como para reconstruir a grandes rasgos su vida. Así dos cartas del Papa Inocencio I (402-417). La primera <4>, de hacia el 409, menciona su nombre refiriéndose a él como a hermano suyo en el episcopado; y la segunda <5>, con fecha del 414, dirigida a los obispos de Macedonia, menciona a Nicetas entre los destinatarios. Ambas cartas tratan de la readmisión en el seno de la Iglesia católica de los sacerdotes que habían sido ordenados por el obispo hereje y cismático Bonoso de Sardes <6>. Lo importante de estas cartas, en cuanto a establecer la cronología de nuestro autor, es que en la primera de ellas se alude a unas ordenaciones llevadas a cabo por Bonoso, antes de consumar el cisma y en las que, al parecer, habría estado presente Nicetas. Esta referencia  sitúa el episcopado de Nicetas con anterioridad, al menos, al 392. Dado que con posterioridad a la segunda carta de Inocencio I ya no se vuelve a hablar de Nicetas como de una persona todavía con vida, su muerte hay que datarla con posterioridad al 414. Los patrólogos suelen datarla hacia el 420. Si ya conocemos con una cierta aproximación la fecha de su muerte, podemos calcular también, aunque con menor certeza, la fecha de su nacimiento.


Algunos autores han pretendido ver a nuestro Nicetas en un cierto Nichae que aparece entre los destinatarios de una carta de Germinio de Sirmio <7> en la que éste intenta justificar la ortodoxia de su fe <8>. Pero esta carta es de hacia el 366-367 y suponer que para esas fechas Nicetas era ya obispo parece excesivo <9>. En realidad, desconocemos tanto el año de su elevación al episcopado, como también el año de su nacimiento.


La fuente de información más importante sobre la biografía de Nicetas son los escritos de su amigo, Paulino de Nola (353-431).


En la Epístola 29, 14 que Paulino dirigió a su amigo Sulpicio Severo, dice lo siguiente:


«No pude permitir, hermano <10>, que ésta <11> dejara de conocerte, así que para que conociera más plenamente la gracia de Dios que hay en ti, te descubrí a ella más con tus propias palabras que con las mías. En efecto, yo mismo le leí a la persona tan interesantísima en tales historias la obra sobre nuestro Martín <12>. Del mismo modo, pero en realidad no tanto por hablar de ti cuanto por hacer alarde de mí mismo, le hablé de ti al venerable y doctísimo obispo Nicetas que había venido de la Dacia y con razón es admirado por los romanos <13>, y a otros santos de Dios. Es que es para mí un honor ser querido y amado por quien su vida da testimonio, en consonancia con sus palabras, de ser un servidor de la verdad» <14>.


Esta carta supone la presencia de Nicetas en Nola, a quien Paulino le leyó la Vida de Martín de Tours, escrita por Sulpicio Severo. La datación probable <15> de esta carta es el año 400, fecha en la que hay que colocar la primera de las visitas que Nicetas realizó a su amigo Paulino de Nola. Era la fiesta natalicia de San Félix (14 de enero) <16>. Para estas fechas Nicetas es ya un venerable obispo. Sin duda, que la expresión tiene que ver algo con la edad, ya por ser ésta avanzada, ya por tratarse de una serie considerable de años en que viniera ejerciendo el ministerio episcopal. Uno y otro sentido no nos clarifican mucho sobre la fijación de fechas en la biografía de Nicetas. Por otra parte, que Paulino le llame doctísimo encuentra una confirmación en la producción literaria conservada de Nicetas. El epíteto no desmerece en nada, incluso cuando hemos afirmado al comienzo de estas páginas que Nicetas es un autor de segunda fila <17> a nivel de producción teológica. De hecho, Nicetas debió tener una buena formación teológica, como lo muestra el hecho de haber sabido utilizar diversas fuentes teológicas griegas <18> en la elaboración de sus escritos. Del Romanis merito admirandus adveneras hay que deducir que Nicetas estuvo ciertamente en Roma, un poco antes de su visita a Nola. Burn <19> sugiere la idea de que la finalidad de la visita de Nicetas a Italia fue informar sobre los movimientos de los godos y sobre las cuestiones disciplinares a la Iglesia en la región de la Dacia <20>


Más información sobre Nicetas encontramos en los dos poemas que le dedicó Paulino. Son el Carmen XVII y el XXVII. El lector comprende que tratándose de poemas no se pueden interpretar todas las cosas en sentido literal, sino con cierta reserva, haciendo concesiones a las licencias poéticas y a las exageraciones piadosas <21>. De todas formas, hay que admitir una cierta base objetiva e histórica. Un poema, aun cuando sea laudatorio, no tiene por qué ser una malévola deformación de la realidad. Y por lo que se refiere a la sinceridad de los sentimientos y afectos que unen a Paulino y a Nicetas, no tiene por qué caber la menor sospecha <22>.


Con ocasión del primer viaje <23> de Nicetas, Paulino le dedicó el Carmen XVII que es un poema de acompañamiento, la mayor parte del mismo describe (v.21-200) las diversas etapas del viaje de regreso de Nicetas a su tierra: Apulia, Calabria, el mar, Macedonia, Tomes, Scupi, etc. En la segunda parte del poema <24>, Paulino nos describe elogiosamente la actividad apostólica de Nicetas. según esta descripción, Nicetas de Remesiana es un apóstol y un misionero. Paulino lo presenta como apóstol de los beses <25>. Y también de los escitas, getes y dacios <26>.


Según Paulino, Nicetas es también un cantor, un poeta, por lo que probablemente, de hecho, escribió algunos himnos. En el Carmen XVII, 113-120 nos lo describe durante el viaje de retorno a la Dacia, cruzando el Adriático, no sólo enseñando himnos a los marineros, sino que nos muestra al mismo Nicetas como otro David y eterno citarista, cantando himnos y salmos al Señor <27> y los monstruos marinos escuchando aterrados el Amén y los delfines escoltando la nave en que viaja Nicetas.


El Carmen XXVII nos informa de la fecha en que Nicetas visitó por segunda <28> vez a Paulino de Nola: «Al fin viniste, me has devuelto al cuarto año <29>». Si tenemos en cuenta la manera de contar de los romanos, no han pasado cuatro años de la primera visita, sino sólo tres y algunos meses. Estamos, por tanto, en el 403. Era el día de la fiesta del mártir San Félix <30>, el santo preferido de Paulino. Tampoco esta vez conocemos los motivos del retorno de Nicetas a Italia. Que por segunda vez visitara a Paulino, bien puede explicarse por la profunda y sincera amistad que unía a ambos <31>.


Obras


Genadio de Marsella, continuador del De viris illustribus de Jerónimo, nos trasmite información sobre 93 biografías. En general, parece que Genadio conoce directamente las fuentes que cita e incluso que tiene sentido crítico <32>.


«Nicetas, obispo de la ciudad de Remesiana, escribió en un estilo sencillo y claro seis opúsculos de instrucción para los candidatos al bautismo. El primero de ellos trata de cómo deban comportarse los candidatos que desean alcanzar la gracia del bautismo. El segundo versa sobre los errores de los paganos y en él cuenta que casi en su misma época los paganos habían elevado a la categoría de dioses a Melodio, un padre de familia, por su generosidad y al labrador Gadario por su fuerza. El libro tercero trata de la fe en la única Majestad. El cuarto va dirigido contra los astrólogos. El quinto trata del Símbolo de la fe y el sexto del Sacrificio del Cordero Pascual. Además escribió un opúsculo dirigido a una virgen caída, que es incentivo de corrección para todos los que caen» <33>.


No todos los opúsculos reseñados por Genadio se han conservado. Y quizá haya que pensar que su reseña tampoco es completa, pues la homilía o tratadito sobre Los nombres de Cristo no parece pertenecer a ninguno de los seis opúsculos, aunque algunos autores pretenden colocarlo en el segundo de los enumerados por Genadio.


Del primer libro, sobre cómo debían comportarse los candidatos al bautismo, se han conservado los fragmentos I, II y IV.


Del segundo libro se han conservado sólo los fragmentos IV y V.


Del libro tercero se conservan el De Ratione Fidei y el De Spiritus Sancti Potentia.


El libro cuarto se ha perdido.


Del libro quinto se conservan el De Symbolo y el fragmento VII.


El libro sexto se ha perdido. No parece que el Sacrificio del Cordero Pascual, según la reseña de Genadio, se identifique con el De Ratione Paschae que publica A. E. Burn entre las opera dubia de Nicetas. Por ello, la hemos omitido en esta edición.


Finalmente, el opúsculo sobre la caída de una virgen pudiera corresponder a un texto atribuido en diversos manuscritos a Ambrosio de Milán, a Jerónimo y a nuestro Nicetas. El editor Burn lo publica también entre las opera dubia de Nicetas. Por esa misma razón y porque se saldría del marco de un Catecumenado de Adultos hemos preferido omitir su traducción en este volumen.


Los nombres de Cristo (De diversis Appellationibus Domino Nostri Iesu Christi)


Esta breve homilía rezuma la fe y la piedad contemplativa de Nicetas. Se podría definir como una meditación sobre Cristo, tomando como punto de partida los múltiples nombres que se le aplican en la Escritura. El hombre se identifica con la persona que lo lleva o, al menos, refleja un aspecto de la misma. La plenitud de Cristo no podría quedar expresada con un solo nombre. Ninguno de ellos podría agotar de modo adecuado su misterio personal. Pero cada uno nos daría un aspecto del único Cristo. Nicetas parece sentir la necesidad imperiosa de expresar su fe en Cristo aplicándole casi de forma masiva muchos nombres. Así en las primeras líneas de esta homilía. Luego explica brevemente  cada uno de los nombres, generalmente en forma muy concisa. La similitud de sus explicaciones con las que dan otros Santos Padres queda subrayada en las abundantes notas con que hemos ilustrado el texto de Nicetas. En la segunda parte de la homilía aplica cada uno de los nombres a las diversas necesidades o situaciones en que pueden hallarse los cristianos. Se trata, por tanto, de una invitación dirigida a los creyentes para que acudan y encuentren en Cristo la respuesta a todas las necesidades del corazón humano.


Instrucciones sobre la Fe (De Ratione Fidei)


El testimonio de Casiodoro, que a continuación leeremos, se refiere, sin duda, tanto a esta obra como a la siguiente sobre el Espíritu, pues ambas pertenecen al Libro III de las Instrucciones a los Competentes según el testimonio de Genadio de Marsella.


«Nos queda por recordar a aquéllos que con sus libros dijeron algo digno de veneración sobre la Trinidad Santa. Así pues, para confirmación de nuestra fe y para defendernos de los engaños de los herejes, hay que leer los doce libros que sobre la Santa Trinidad escribió San Hilario con un lenguaje profundo y muy claro. También los que sobre la misma materia San Ambrosio dedicó al príncipe Graciano muy claros y compuestos con un elegante estilo. Por último, debéis saborear con curiosa atención los quince libros de San Agustín, que con admirable profundidad escribió sobre la Trinidad Santa. Pero si alguien desea informarse sumariamente acerca del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no quiere fatigarse con una lectura prolija, que lea el libro que el obispo Nicetas escribió sobre la fe y lleno de la claridad de la celestial doctrina será conducido con tan útil resumen a la contemplación divina. Dicho libro está unido a los volúmenes que San Ambrosio dedicó al príncipe Graciano. ¡Oh inestimable poder, por el que se abrieron los cielos del Creador, resplandeció la Santa Trinidad manifestada a los corazones de los fieles y desapareció refutado por el verdadero Señor el paganismo que había usurpado un honor ajeno!» <34>.


Casiodoro recomienda el libro de Nicetas sobre la fe por su claridad y brevedad. Es un gran elogio. Pero todavía me parece más importante, y es un dato que no se suele subrayar, que el nombre de Nicetas aparezca en materia trinitaria al lado de los grandes clásicos occidentales sobre el tema: Hilario, Ambrosio y Agustín. Es toda una recomendación.


La Instrucción sobre la Fe versa, según el testimonio de Genadio, sobre la única majestad, es decir, sobre las tres personas divinas. En realidad, tras caracterizar brevemente las herejías de Sabelio y de Fotino, Nicetas se detiene en presentar la herejía de Arrio que niega la divinidad del Hijo y la respuesta católica del Concilio de Nicea proclamando al Hijo de la misma sustancia del Padre y Dios en el mismo sentido en que lo es el Padre. En la interpretación de los textos bíblicos que nos hablan de la economía del Verbo Encarnado, Nicetas subraya, en línea con la tradición patrística anterior, que los Textos que nos hablan de hambre, sed, lágrimas, muerte, etc. expresan la realidad humana del Señor, su verdadera encarnación; y los que hablan de poder, milagros, etc. expresan indubitablemente, - así la resurrección de Lázaro -, su verdadera divinidad. Y aquellos textos que expresan una relación de inferioridad o dependencia del Hijo encarnado en relación al Padre lo manifiestan tal precisamente como encarnado. Quizá la clave teológica para la lectura de este opúsculo puede encontrarse en las alusiones de Nicetas a la adoración y a la alabanza que deben presidir las relaciones del hombre con Dios y que pasan todas ellas a través de Cristo. «Créeme: el honor del Hijo es honra del Padre. Cuanto más atribuyas al Hijo, tanto más engrandecerás la gloria del Padre. El Padre Bueno no tiene envidia de la gloria del Hijo, porque toda la gloria del Hijo revierte en el Padre. Este es el sentido católico, ésta la devoción de los fieles, éste es el deseo de los santos».


El Espíritu Santo (De Spiritus Sancti Potentia)


El opúsculo sobre el Espíritu se presenta desde sus primerísimas líneas como la continuación de otro escrito y a juzgar por la materia no cabe duda de que es la continuación del de la Instrucción sobre la Fe. En efecto, allí se trataba de la fe en el Hijo en su relación con el Padre, tanto en el seno de la Trinidad como en la economía de la encarnación. Pocas cosas se nos decían sobre el Espíritu. Ahora ocupa directamente el objeto de atención. ambos opúsculos versan sobre la fe en la majestad divina, según expresión de Genadio de Marsella <35>, y forman juntos un bello y acertado resumen sobre la doctrina de la Trinidad, como lo llamó Casiodoro.


Con apariencia de apología frente a la herejía pneumatómaca en sus diversas ramificaciones, recogiendo las cuestiones más espinosas de las mismas, como el tema del origen del Espíritu, su naturaleza, su personalidad, el tratado es una exposición serena de la fe en la divinidad del Espíritu y del culto de adoración que hay que rendirle junto con el que se ofrece al Padre y al Hijo y que queda implicado simultáneamente en el que se rinde a las otras dos divinas personas. La base de la exposición de Nicetas es la Escritura. Así el tratado es prácticamente un mosaico de citas bíblicas, bien seleccionadas, y que constituyen la prueba o demostración de la urdimbre de todo el tratado. Después de tratar con relativa amplitud el tema del origen del Espíritu la respuesta de Nicetas se resuelve en afirmar, sin dar más explicaciones, que el Espíritu procede del Padre. Pero esta solución de tan difícil problema no es sino la conciencia de la dificultad del mismo, porque el autor prefiere atenerse estrictamente a las palabras mismas del Señor y a la tradición, que no errar en cuestión de fe por excesivas e intrincadas reflexiones. No sin dejar de subrayar que a un cristiano le basta con confesar la generación del Verbo y la procedencia del Espíritu. El estudio del texto de Jn 1,3, aducido por los adversarios de la divinidad del Espíritu, le lleva a la conclusión de que el Espíritu no es criatura ni siervo, sino Señor que libera a las criaturas, pues es su Creador. El nos hace partícipes de su divinidad. El mejor camino para conocer la naturaleza del Espíritu es describir sus obras. El mismo Nicetas resume en el párrafo 18 con toda precisión los pasos que ha seguido en su exposición: «Así pues haré un resumen de lo dicho: si el Espíritu Santo procede del Padre; si libera; si santifica; si, como dice el Apóstol, es Señor; si crea con el Padre y con el Hijo; si vivifica; si tiene presciencia como el Padre y el Hijo; si revela; si está en todas partes; si llena el orbe de la tierra; si habita en los elegidos; si acusa al mundo; si juzga; si es bueno y recto; si se le aplica el "esto dice el Espíritu Santo"; si creó a los profetas, si envió a los apóstoles; si es consolador; si purifica y justifica; si aniquila a los que le tientan; si aquél que blasfema contra El no tiene perdón ni en este mundo ni en el futuro, lo cual es ciertamente propio de Dios; si estas cosas son así, más aún, puesto que son verdaderas, ¿para qué se me pide que diga qué es el Espíritu Santo, si mediante la grandeza de sus obras se manifiesta lo que El es en persona? Ciertamente no es extraño a la majestad del Padre y del Hijo, el que tampoco es extraño al poder de sus obras. En vano le niega el nombre de la divinidad a aquél cuya potestad no puede negarse; en vano se me prohíbe que adore con el Padre y el Hijo a aquél a quien me veo obligado por la misma verdad a confesarlo con el Padre y el Hijo. Si, El junto con el Padre y el Hijo, me confiere el perdón de los pecados, me dona la santificación y la vida perpetua, seré demasiado ingrato, si no le rindo gloria con el Padre y el Hijo. Y si no ha de ser venerado junto con el Padre y el Hijo, tampoco se le ha de confesar en el bautismo. Pero si hay que confesarlo de todos modos, según la palabra del Señor y la tradición de los apóstoles, que la fe no sea semiplena. ¿Quién me podrá apartar de rendirle culto? En efecto, también suplicaré, como es debido, a aquél en quien se me manda creer».


El símbolo de la Fe (De Symbolo)


Nicetas es uno de los doctores que han explicado de símbolo de la Fe. Ya en la Edad Media se le reconoce una gran autoridad en la explicación del Credo. Así un texto del obispo Arno de Salzburg (+ 821) sitúa a Nicetas entre los grandes doctores que han explicado el Credo:


«Después hay que tratar brevemente de cómo hay que entender el mismo símbolo, tal como lo expusieron los doctores de la Santa Iglesia de Dios, a saber, San Atanasio, Hilario, Nicetas, Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Genadio, Fulgencio, Isidoro y los demás, o como nos lo enseñaron nuestros venerables maestros y antecesores» <36>.


En realidad, Nicetas es el primer autor, hasta ahora conocido, que escribió un comentario al Símbolo.


De la lectura del opúsculo podría reconstruirse <37> de este modo el Credo utilizado en la Iglesia de Nicetas y recitado por los catecúmenos después de hacer las renuncias e inmediatamente antes de recibir el bautismo:


Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra

y en su Hijo Jesucristo nuestro Señor,

nacido del Espíritu Santo y de María la Virgen,

que padeció bajo Poncio Pilato, [fue crucificado y murió],

al tercer día resucitó vivo de entre los muertos,

subió a los cielos,

está sentado a la derecha del Padre,

de allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.

Y en el Espíritu Santo,

en la santa Iglesia católica,

la comunión de los santos,

el perdón de los pecados,

la resurrección de la carne y la vida eterna.


El autor parece distinguir dos partes en el Credo. Una primera abarca los artículos referentes a las Personas divinas y una segunda parte que versa sobre los últimos artículos del Credo. Así los capítulos 8-9 se presentarían como una conclusión de la primera parte. Y el comienzo del capítulo 10 introduciría la explicación de los últimos artículos del Credo.


De la explicación de Nicetas, desearíamos destacar sólo algunos puntos. En primer lugar, la comprensión trinitaria del Credo. Su lectura del primer artículo no es primero la fe en Dios y luego en el Padre, sino que simultáneamente aplica ambos términos a la primera persona de la Trinidad y explica la paternidad de Dios en sentido intratrinitario, como Padre del Hijo. La explicación del segundo artículo sobre el Hijo presenta un bello resumen de la economía de la encarnación. Como destacamos en su lugar correspondiente, Nicetas sigue muy de cerca y literalmente a Cirilo de Jerusalén.


Hay que destacar la visión que nos ofrece Nicetas sobre la Iglesia como congregación de todos los santos que han existido y que existirán desde la creación del mundo hasta el final de la historia. Todavía más. Nicetas amplía de manera consciente y refleja esta visión incluyendo en su comprensión de la Iglesia, como congregación de los santos, incluso a los seres angélicos. También deseamos mencionar aquí la expresión comunión de los santos que Nicetas incluye en el Credo y que explica en el sentido de personas justas y santas, tal como indicamos en el comentario al pasaje correspondiente.


Si el Credo comienza con un acto de fe, todo lo que se cree, la fe y el buen comportamiento creyente está transido de la esperanza de poder alcanzar la resurrección de nuestra carne - Nicetas insiste en la corporeidad de la resurrección - y la vida eterna.


Las vigilias nocturnas de los siervos de Dios (De Vigilis Servorum Dei)


Este breve sermón es una defensa de la praxis de las vigilias nocturnas que se realizaban en la Iglesia de Nicetas. Las vigilias tienen lugar las noches del sábado y del domingo. Pasar la noche en vela en oración, himnos y lecturas bíblicas es de gran utilidad para la vida espiritual de los cristianos. Hay que considerarlas como una gracia. Expresan deseo de santificación y son una purificación de los días laborables. Es un medio de mortificarse, especialmente cuando uno es joven. Pero la práctica no era admitida por todos y muchos se oponían a ella. Isidoro de Sevilla, por ejemplo, nos habla de unos herejes, denominados nyctigas o dormilones, que rechazaban estas prácticas espirituales. Jerónimo, por su parte, escribiendo a Vigilancio, que era uno de los que se oponían a la praxis de las velas nocturnas, lo llama «dormitancio» jugando irónicamente con su nombre. Nicetas no los llama herejes, sino que más bien intenta otra explicación a esta toma de posición contra las vigilias: simplemente los califica de perezosos o dormilones, o bien los comprende por cuanto debe tratarse de ancianos o de enfermos.


Nicetas expone con claridad la antigüedad y origen de las vigilias. Tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento le ofrecen abundantes datos para confirmar este punto. Las citas son muchas. Pero es, sobre todo, el ejemplo del mismo Cristo, que pasa las noches en oración, y de los apóstoles, la prueba más fehaciente de esta práctica eclesial. Por otra parte, enumera un elenco de los beneficios que aportan las vigilias nocturnas. «El que ha gustado, comprende y tiene experiencia de qué peso tan grande del corazón se despoja uno al velar, qué gran estupor de la mente se arroja fuera de sí, qué gran luz ilumina el alma del que vela y ora, qué gracia y qué visita alegra a todos los miembros del cuerpo. Cuando se vela se excluye todo temor, nace la confianza, se mortifica la carne, los vicios se deshacen, la castidad se fortalece, la necedad se retira y llega a la prudencia, la mente se agudiza y el error disminuye, y se hiere con la espada del Espíritu al diablo». El mejor camino para conocer la utilidad que aportan las vigilias nocturnas es experimentarlas, participar en ellas.


Sobre el canto cristiano (De Utilitate Hymnorum seu De Psalmodiae Bono)


Al final de opúsculo sobre las Vigilias promete Nicetas tratar del Canto cristiano <38>. El comienzo de esta homilía se presenta como el cumplimiento de aquella promesa. El esquema que va a desarrollar corre paralelo al utilizado en las Vigilias. Alude, en primer lugar, a aquéllos que, basándose en algunos textos de San Pablo que se refieren a la oración del corazón, se oponen al canto de los salmos y de los himnos en la asamblea cristiana por considerarlo superfluo e incluso indecoroso. Nicetas, reconociendo la bondad de la salmodia interior, alaba también la glorificación de Dios en voz alta. En realidad, las palabras del Apóstol sobre la oración del corazón no excluyen el uso de la voz, sino que, por el contrario, son una exhortación a que lo que se pronuncia en voz alta vaya acompañado de la unción del corazón.


El origen del canto cristiano se encuentra en los ejemplos que nos proporcionan diversos personajes bíblicos. Así Moisés, inventor de los mismos, Débora y, de modo particular, David, el príncipe de los cantores y tesoro de poemas, de cuyos salmos Nicetas  hace un encendido elogio, pues son los mismos salmos que ahora canta la Iglesia. El Nuevo Testamento confirma el Antiguo. El canto de los himnos a Dios no ha caducado. Se encuentra confirmado y aumentado. Zacarías, Isabel, los ángeles, los niños en el templo, y, sobre todo, el ejemplo del mismo Cristo en vísperas de su pasión. Y los apóstoles no sólo lo han practicado sino que nos han exhortado a ello.


Cuando el cristiano canta himnos al Señor se une a todos los que en la historia de la salvación han realizado este ministerio espiritual. Nicetas insiste en la actitud interior que debe acompañar el canto de los himnos. La mente y el corazón deben ir al unísono con lo que pronuncian o cantan los labios. Pero también desciende a otros detalles que son prescripciones para que el canto de la asamblea se realice en armonía de todos los que cantan.


Los dos breves opúsculos sobre las vigilias nocturnas y El canto cristiano forman una unidad. Nicetas de Remesiana es no sólo un testigo de esta antigua práctica eclesial, sino también un eslabón más que vincula a nuestra Iglesia de hoy con nuestro pasado cristiano. Canto, oración en silencio, lecturas bíblicas, meditación y nuevos cantos podían constituir el esquema básico de aquellas vigilias que son los orígenes antecesores de lo que aún se practica en muchas de nuestras iglesias.


NOTAS


<1> Remesiana, hoy Bêla Palanka, a unos 40 kms. al este de Nish (la antigua Naissus) en Yugoslavia. Remesiana (o Romatiana) pertenecía al patriarcado de Roma. A Nicetas de Remesiana le confundieron algunos estudiosos con Nicetas de Aquileya (+ 485) y con Nicetas de Tréveris (+ 566).


<2> Mc 4,25.


<3> Las fuentes antiguas que nos trasmiten alguna información sobre Nicetas de Remesiana son: GENADIO, De viris illustribus 22: ed. E.C. RICHARDSON, TU 14, 1, Leipzig 1896, p. 70: PAULINO DE NOLA, Epist. 29,14: CSEL, 29,261; Carmen XVII y XXVII: CSEL 30; CASIODORO, De inst. divin. litterarum 16: PL 70, 1132; INOCENCIO I, Epist. 16: PL 20,520B; Epist. 17: PL 20,527A. El texto de estos testimonios se puede encontrar en A.E. BURN, Niceta of Remesiana, pp. 137-156.


<4> Epist. 16: PL 20, 520B.


<5> Epist. 17: PL 20, 527A.


<6> Bonoso había sido condenado el 392. Los puntos fundamentales de su herejía consisten en negar la virginidad de María ante partum y post partum y probablemente también la divinidad de Cristo. Acerca de los que habían sido ordenados por el obispo hereje antes del cisma, se determina que podían ser readmitidos en la Iglesia católica conservando la dignidad del sacerdocio.


<7> Cf. referencias en M. MESLIN, Les Ariens d'Occident 335-430, París 1967, pp. 63 y 296ss.


<8> Cf. HILARIO DE POITIERS, Collecta antiariana Parisina, frag. XV: CSEL 65, pp. 160-164.


<9> Se le podría calcular entonces un episcopado de unos 55 años de duración y si a esto se añade que debía tener al menos unos 35 años para acceder al episcopado, habría que colocar su nacimiento hacia el 330. Todo ello parece excesivo.


<10> Sulpicio Severo.


<11> Melania, la anciana, que a su vuelta de Oriente visita a Paulino.


<12> Martín de Tours.


<13> Venerabili episcopo atque doctissimo Nicetae, qui ex Dacia Romanis merito admirandus aduenerat.


<14> PAULINO DE NOLA, Epist 29,14: CSEL 29,261.


<15> Cf. P. FABRE, Essai sur la chronologie de lóeuve de saint Paulin de Nole, Les Belles Letres, Paris 1948, p. 8.


<16> Cf. PAULINO, Carmen XXVII, 187-192: CSEL 30-270.


<17> Se ha avanzado la hipótesis de que el misterioso Ambrosiaster no es otro que nuestro Nicetas, cf. K. GAMBER, "Fragen zu Person und Werk des Bischofs Niceta von Remesiana", Römische Quartalschrift 62 (1967) 22-231 y tampoco se puede olvidar que es uno de los autores a los que se suele atribuir el Te Deum, cf. E. KALER, Studiem zun Te Deum und zur Geschichte des 24, Psalms in der alten Kirche, Göttingen 1958 cap.4: "Ist Nicetas von Remesiana der Verfasser oder Recordaktor des Te Deum?" pp.117-130 que se pronuncia, y a mi parecer con razón, negativamente.


<18> Cf. por ejemplo, los nombres de Basilio y Cirilo de Jerusalén en el Indice.


<19> Niceta of Remesiana, p. XLIX-L.


<20> ¿Acaso lo planteado por Bonoso y su cisma?


<21> Cf. C. RIGGI, Niceta di Remesiana, Catechesi preparatorie al Battesimo, Roma 1985, p. 7.


<22> Cf. P. FABRE, S. Paulin de N. et l'amitié chrètienne, Paris 1949, pp. 221-231.


<23> Cf. P. FABRE, Essai sur la chronologie, pp. 38 y 115-116.


<24> Cf. PAULINO, Carmen XVII, 201-276: CSEL 30,90-91.


<25> "Et sua Bessi nive duriores / nunc oves facti duce te gregantur / pacis in aulam" (Carmen XVII, 206-208: CSEL 30,91).


<26> PAULINO, Carmen XVII, 205-249: CSEL 30,91-92.


<27> "Lingua Nicetae modulata Christum" (PAULINO, Carmen XVII, 113: CSEL 30,86).


<28> Rursus, iterum (Carmen XXVII, 190-193: CSEL 30,270). El poema es del año 403, cf. P. FABRE, Essai sur la chronologie, p. 38.


<29> "Venisti tandem, quarto mihi redditus anno" (PAULINO, Carmen XXVII, 333: CSEL 30,277).


<30> "Felicis in ipso natali" (Carmen XXVII, 190-191): CESL 30,270).


<31> Cf. P. FABRE, S. Paulin de Nole et l'amitié chrétienne, Paris 1949, pp. 221-23.


<32> Cf. C. RIGGI, "La figura di Niceta di Remesiana secondo la biografia Gennadiana, Autustinianum 24, 1984, pp. 189-200.


<33> GENADIO, De viris illustribus 22: ed. E.C. RICHARDSON, TU 14,1 Leipzig 1896, p. 70.


<34> CASIODORO, De Institutione Divinarum Litterarum I 16,3: PL 70, 1132 B-D.


<35> La expresión divina majestad aparece en el párrafo 22 de este mismo tratado sobre el Espíritu.


<36> Ordo de catechizandis rudibus vel quid sint singula quae geruntur in sacramento baptismatis, Monacensis Cod. lat. 6325, saec. IX: A.E. BURN, Niceta of Remesiana, pp. 155-156.


<37> Cf. J.N.D. KELLY, Primitivos Credos Cristianos, Secretariado Trinitario, Salamanca 1980, p. 212 (atiéndase a que en la traducción de esta obra se lee Rímini en lugar de Remesiana).


<38> Sobre este tema existe en castellano la excelente obra de F.J. BASURCO, El canto cristiano en la tradición primitiva, Marova, Madrid 1966.



Fuente: mercaba.org